ESPEJOS A RAS DE SUELO: Paradoja, por María Elena Picó Cruzans.
Otra vez,
hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo que estaba muy
preocupado por algo que quería hacer, pues, si acaso lo hiciera, muchas
personas encontrarían motivo para criticárselo; pero, si dejara de hacerlo,
creía él mismo que también se lo podrían censurar con razón. Contó a Patronio
de qué se trataba y le rogó que le aconsejase en este asunto.
-Señor
Conde Lucanor -dijo Patronio-, ciertamente sé que encontraréis a muchos que
podrían aconsejaros mejor que yo y, como Dios os hizo de buen entendimiento, mi
consejo no os hará mucha falta; pero, como me lo habéis pedido, os diré lo que
pienso de este asunto. Señor Conde Lucanor -continuó Patronio-, me gustaría
mucho que pensarais en la historia de lo que ocurrió a un hombre bueno con su
hijo.
El conde
le pidió que le contase lo que les había pasado, y así dijo Patronio:
-Señor,
sucedió que un buen hombre tenía un hijo que, aunque de pocos años, era de muy
fino entendimiento. Cada vez que el padre quería hacer alguna cosa, el hijo le
señalaba todos sus inconvenientes y, como hay pocas cosas que no los tengan, de
esta manera le impedía llevar acabo algunos proyectos que eran buenos para su
hacienda. Vos, señor conde, habéis de saber que, cuanto más agudo entendimiento
tienen los jóvenes, más inclinados están a confundirse en sus negocios, pues
saben cómo comenzarlos, pero no saben cómo los han de terminar, y así se
equivocan con gran daño para ellos, si no hay quien los guíe. Pues bien, aquel
mozo, por la sutileza de entendimiento y, al mismo tiempo, por su poca
experiencia, abrumaba a su padre en muchas cosas de las que hacía. Y cuando el
padre hubo soportado largo tiempo este género de vida con su hijo, que le
molestaba constantemente con sus observaciones, acordó actuar como os contaré
para evitar más perjuicios a su hacienda, por las cosas que no podía hacer y,
sobre todo, para aconsejar y mostrar a su hijo cómo debía obrar en futuras
empresas.
Este buen
hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca de una villa. Un día de mercado
dijo el padre que irían los dos allí para comprar algunas cosas que
necesitaban, y acordaron llevar una bestia para traer la carga. Y camino del
mercado, yendo los dos a pie y la bestia sin carga alguna, se encontraron con
unos hombres que ya volvían. Cuando, después de los saludos habituales, se
separaron unos de otros, los que volvían empezaron a decir entre ellos que no
les parecían muy juiciosos ni el padre ni el hijo, pues los dos caminaban a pie
mientras la bestia iba sin peso alguno. El buen hombre, al oírlo, preguntó a su
hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos hombres, contestándole el hijo
que era verdad, porque, al ir el animal sin carga, no era muy sensato que ellos
dos fueran a pie. Entonces el padre mandó a su hijo que subiese en la
cabalgadura.
Así
continuaron su camino hasta que se encontraron con otros hombres, los cuales,
cuando se hubieron alejado un poco, empezaron a comentar la equivocación del
padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie, mientras el mozo, que podría
caminar sin fatigarse, iba a lomos del animal. De nuevo preguntó el buen hombre
a su hijo qué pensaba sobre lo que habían dicho, y este le contestó que
parecían tener razón. Entonces el padre mandó a su hijo bajar de la bestia y se
acomodó él sobre el animal.
Al poco
rato se encontraron con otros que criticaron la dureza del padre, pues él, que
estaba acostumbrado a los más duros trabajos, iba cabalgando, mientras que el
joven, que aún no estaba acostumbrado a las fatigas, iba a pie. Entonces
preguntó aquel buen hombre a su hijo qué le parecía lo que decían estos otros,
replicándole el hijo que, en su opinión, decían la verdad. Inmediatamente el
padre mandó a su hijo subir con él en la cabalgadura para que ninguno caminase
a pie.
Y yendo
así los dos, se encontraron con otros hombres, que comenzaron a decir que la
bestia que montaban era tan flaca y tan débil que apenas podía soportar su
peso, y que estaba muy mal que los dos fueran montados en ella. El buen hombre
preguntó otra vez a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos,
contestándole el joven que, a su juicio, decían la verdad. Entonces el padre se
dirigió al hijo con estas palabras:
-Hijo
mío, como recordarás, cuando salimos de nuestra casa, íbamos los dos a pie y la
bestia sin carga, y tú decías que te parecía bien hacer así el camino. Pero
después nos encontramos con unos hombres que nos dijeron que aquello no tenía
sentido, y te mandé subir al animal, mientras que yo iba a pie. Y tú dijiste
que eso sí estaba bien. Después encontramos otro grupo de personas, que dijeron
que esto último no estaba bien, y por ello te mandé bajar y yo subí, y tú
también pensaste que esto era lo mejor. Como nos encontramos con otros que
dijeron que aquello estaba mal, yo te mandé subir conmigo en la bestia, y a ti
te pareció que era mejor ir los dos montados. Pero ahora estos últimos dicen
que no está bien que los dos vayamos montados en esta única bestia, y a ti
también te parece verdad lo que dicen. Y como todo ha sucedido así, quiero que
me digas cómo podemos hacerlo para no ser criticados de las gentes: pues íbamos
los dos a pie, y nos criticaron; luego también nos criticaron, cuando tú ibas a
caballo y yo a pie; volvieron a censurarnos por ir yo a caballo y tú a pie, y
ahora que vamos los dos montados también nos lo critican. He hecho todo esto
para enseñarte cómo llevar en adelante tus asuntos, pues alguna de aquellas
monturas teníamos que hacer y, habiendo hecho todas, siempre nos han criticado.
Por eso debes estar seguro de que nunca harás algo que todos aprueben, pues si
haces alguna cosa buena, los malos y quienes no saquen provecho de ella te
criticarán; por el contrario, si es mala, los buenos, que aman el bien, no
podrán aprobar ni dar por buena esa mala acción. Por eso, si quieres hacer lo
mejor y más conveniente, haz lo que creas que más te beneficia y no dejes de
hacerlo por temor al qué dirán, a menos que sea algo malo, pues es cierto que
la mayoría de las veces la gente habla de las cosas a su antojo, sin pararse a
pensar en lo más conveniente.
-Y a vos,
Conde Lucanor, pues me pedís consejo para eso que deseáis hacer, temiendo que
os critiquen por ello y que igualmente os critiquen si no lo hacéis, yo os
recomiendo que, antes de comenzarlo, miréis el daño o provecho que os puede
causar, que no os confiéis sólo a vuestro juicio y que no os dejéis engañar por
la fuerza de vuestro deseo, sino que os dejéis aconsejar por quienes sean
inteligentes, leales y capaces de guardar un secreto. Pero, si no encontráis
tal consejero, no debéis precipitaros nunca en lo que hayáis de hacer y dejad
que pasen al menos un día y una noche, si son cosas que pueden posponerse. Si
seguís estas recomendaciones en todos vuestros asuntos y después los encontráis
útiles y provechosos para vos, os aconsejo que nunca dejéis de hacerlos por
miedo a las críticas de la gente.
El
consejo de Patronio le pareció bueno al conde, que obró según él y le fue muy
provechoso.
Y, cuando
don Juan escuchó esta historia, la mandó poner en este libro e hizo estos
versos que dicen así y que encierran toda la moraleja:
Por
críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.
Don Juan Manuel, “El Conde Lucanor”, Exemplo
II
Siempre me emociona descubrir que la
literatura ofrece la posibilidad de asomarse a la vida sin línea del tiempo. Es
cierto que les hablo a mis alumnos de las obras literarias enmarcadas en su
contexto histórico, y les recuerdo a menudo la necesidad de mirarlas desde su
momento, con sus circunstancias. No obstante, lo mágico de la Literatura y del
Arte es la capacidad de abstraerse a lo temporal y vivir en lo eterno, en lo
que siempre Es. Los profesores tenemos esta “manía” de encasillar las obras
literarias en géneros y corrientes, pero ellas se escapan de estas rigideces
que sólo aportan seguridad y fidelidad y se embarcan en los cantos de sirena,
en barcos piratas y en mapas del tesoro…
Razón que fuerza no quiere
me forzó
a ser vuestro como so.
(…)
Olvidaros sin que muera
ni es posible ni yo quiero;
si algún bien mi mal espera
es el que de vos espero.
Mi querer muy verdadero
me forzó
a ser vuestro como so. (…)
Juan
del Encina, 1496
A menudo me visita el cuento del Exemplo II
de El Conde Lucanor. Puede ser porque dedico muchas horas de mi vida a la
docencia o porque simplemente dedico muchas horas a estar viva. Y lo cierto es
que me conecta con un doble mensaje: uno, positivo; otro, negativo. El negativo
es: “No hay nada que puedas hacer”. Y por suerte hay uno positivo: “No hay nada
que puedas hacer”. ¡Sí! ¡Así de paradójico!
No te tardes que me muero,
carcelero,
no te tardes que me muero.
(…)
La primer vez que me viste,
sin te vencer me venciste;
suéltame, pues me prendiste:
carcelero,
no te tardes que me muero. (…)
Juan
del Encina, 1496
Yo me impregné de este mensaje paradójico
un día de estos en los que no acabas de distinguir lo real de lo surreal; un
día de estos en los que cuentas entre lágrimas y estupefacción lo que te está
pasando a un hombre que te escucha atento y serio vestido de mosquetero. ¡Sí!
¡Así de surrealista!
Perdido ando, señora, entre la gente
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida:
sin vos porque de mí no sois servida,
sin mí porque con vos no estoy presente;
sin ser porque del ser estando ausente
no hay cosa que del ser no me despida;
sin Dios porque mi alma a Dios olvida
por contemplar en vos continuamente;
sin vida, porque ausente de su alma
nadie vive, y, si ya no estoy difunto,
es en fe de esperar vuestra venida.
¡Oh bellos ojos, luz preciosa y alma,
volvé a mirarme, volveréisme al punto
a vos, a mí, a mi ser, mi dios, mi vida!
Bernardo
de Balbuena, 1620
A mí me ocurrió un día, durante la
entrevista con la madre de un alumno. Estas cosas suelen ocurrir tras las
evaluaciones. Y yo nada había previsto: en clase yo estaba encantada con mi
alumno; había sacado un seis esa primera evaluación, y no desestimaba en
absoluto que mejorara su nota en evaluaciones siguientes. Quizá por ello me
sorprendió tanto que me dijera su madre que su hijo estaba tan disgustado
conmigo. Hasta aquí, todo dentro de la realidad. Pero ese día se avecinaba en
el ambiente una historia para El Conde Lucanor. Me preguntó la madre, en
interrogación retórica, cómo era posible que yo le hubiera dicho a su hijo que
“tenía cara dura”. Yo intenté obviar la interrogación retórica para explicarle
lo que había sucedido. Pero “no hay nada que puedas hacer”. Intenté explicarle
que después de dedicar una clase entera a exponer al grupo la importancia de
leer bien los enunciados de las preguntas; la diferencia entre un examen y un
ejercicio de clase, y la importancia de tomar el problema para dilucidar la solución…
¡no hay nada que puedas hacer! Hasta aquí todo dentro de la realidad. Lo cierto
es que mi comentario fue inadecuado teniendo en cuenta que siempre insisto a
mis alumnos en que deben adecuar el código a la situación comunicativa. Yo
quizá debí haberles dicho que “no es necesario el problema para encontrar la
solución” o debí explicarles la importancia de ir conectándose con el locus de
control interno…, pero es que esto no se entiende tan bien.
Antes de salir de viaje
Se le llama: espacio.
Es fácil definirlo con esa sola palabra,
mucho más difícil con varias.
¿Vacío y lleno al mismo tiempo de todo?
¿Herméticamente cerrado, aunque abierto,
ya que
nada puede escapar de él?
¿Dilatado hasta el infinito?
¿Por qué si es finito,
con qué diablos limita?
Vale, vale. Pero ahora duérmete.
Es de noche y mañana tienes asuntos más urgentes,
justo hechos a tu particular medida:
tocar objetos que se encuentran cerca,
poner la mirada a la distancia deseada,
escuchar voces al alcance del oído.
Ah, y todavía ese viaje del punto A al punto B.
Salida a las 12.40 hora de aquí,
sobrevolando esta madeja de nubes locales
a través de una franja de cielo tenue,
una entre las infinitas.
Aquí,
Wislawa Szymborska, 2004
Y a partir de aquí fuimos deslizándonos hacia
los pentimentos surrealistas. Y sentí desbordarse el mundo en mi garganta
cuando ella me preguntó si su hijo me había dejado un folio y yo no se lo había
devuelto. Recordé entonces que en el último examen me quedé sin folios, los
pedí en clase y él me los dejó solícito. Contesté que sí a las dos preguntas.
Exactamente le dije: “Sí. Me dejó un par de folios y no se los he devuelto. Lo
siento. Lo haré en la próxima clase”. Ella respondió con un “¡Ah!, ¿ve?” ante el
que yo no supe muy bien qué ver. Y mi respiración acompañó mi silencio. Y entonces
sentí que ¡no hay nada que puedas hacer!
Ejemplo
La tormenta
arrancó anoche todas las hojas del árbol
menos una de ellas,
dejada
para que se columpiara sola en la rama desnuda.
En este ejemplo
la Violencia demuestra
que sí,
que en ocasiones le gusta bromear.
Aquí,
Wislawa Szymborska, 2004
Al principio me obcequé con el mensaje
negativo de este sentimiento, y poco a poco, con el tiempo, he ido dibujándome
en el mensaje positivo. Y lo cierto es que desde entonces he aprehendido el
sentido de la paradoja y la importancia de darle un lugar en la vida cotidiana.
No siempre resulta fácil mantenerse sano y salvo en la vida cotidiana, pero
integrar la paradoja nos permite respirar y hasta crecer.
Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, e ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;
arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierra arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;
hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada, sobre fe, paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;
creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma y en la vida infierno.
Rimas
humanas, Lope de Vega, 1602
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