DOCE: Parte IV, por Ángeles Sánchez
05:12 h de la madrugada.
“Hace frío. ¿Dónde estoy? Me sudan las manos.
Alguien me las está agarrando con fuerza. Noto su calor.”
Andrea está tendida en el suelo, la cabeza de la chica reposa en el
regazo de Lucas mientras Noa sostiene las manos inertes de ella con las suyas.
“Me duele la cabeza. ¿Me he dado un golpe?
¡Eh! –ha visto un payaso nuevamente, como un fugaz holograma frente a ella-
¿Qué ha sido eso?”
Su cuerpo se retuerce, habla en voz alta:
- ¿Qué ha sido eso?
Pregunta sin dar muestras de consciencia. Los chicos la miran con
preocupación. Todos se han dado por vencidos y únicamente esperan su turno,
como animales en el matadero.
“¿Ha sido el payaso quien me ha dado el
cabezazo? ¿Dónde estoy? ¡Quiero salir, quiero ir a casa”
Cada vez sus convulsiones son más repetidas. A nadie le cabe duda de que
en su inconsciencia, está sufriendo algo que ninguno de los que han sido torturados
puede recordar con claridad. Y los que no lo han sido, tiemblan de miedo,
esperando no ser los siguientes.
En la mente de Lucas solo hay un pensamiento: es por su culpa. No le
cabe menor duda, de no haberse acercado a Andrea, no le habría pasado eso. Él
es el que siempre ha estado gafado. En cierto modo no le sorprende en absoluto
estar en ese lugar, siempre supo que el día que la mala suerte implosionase en
el mundo, él estaría en el centro del problema.
“¿Por qué todo está tan oscuro? A penas puedo
percibir algunos detalles. Sé que en realidad no estoy aquí. Soy presa de mi
propia mente. Siento mi cuerpo en alguna otra parte. Pero no sé dónde.”
05:30h de la madrugada.
García intenta liberar la pierna del comisario con todas sus fuerzas
mientras el desesperado hombre gime de dolor y desesperación.
- Vamos, Carlos, joder. –ruega el hombre apostado. Normalmente no llama
a su inferior por el nombre, pero a la vista está que la rutina esa noche ha
quedado de lado.
Carlos limpia las gotas de sudor de su frente con la manga de su camisa
y en un último esfuerzo logra que la gran roca ruede dejando libre al hombre.
Tiene una buena herida, su espinilla sangra escandalosamente. Entre ambos, con
la camiseta del joven inspector jefe, consiguen hacer un torniquete.
El comisario gime. No tiene buena pinta. Nada lo tiene. Ambos se
encuentran tirados en el manto de pinocha y hojarasca, con la mirada perdida en
los altos pinos, buscan fuerzas donde ya empiezan a escasear.
El hombre mayor se da la vuelta y arrastrándose llega hasta la tableta
electrónica. Tiene la pantalla rota pero parece funcionar. Mientras la maneja
llena el silencio con sus susurros:
- Por favor, por favor, no mi hija, no mi hija. – repite una y otra vez.
Accede al canal web y observa la situación de los de dentro. Busca entre
todos.- ¡Ahí está, Carlos, ahí está! ¡Está vivo!
Su voz entremezcla un tono roto y desconsolado con el alivio de saber
que no ha perdido todavía a una de las personas que más quiere.
- Señor, Joaquín… -el propio Carlos se corrige, ha entendido que esa
noche nadie es superior a nadie y que ambos trabajan codo con codo en una
misión casi imposible. Se acerca a él y da algunos golpes consoladores en su
hombro- Venga, ¿Crees que puedes seguir adelante?
05:40 horas de la madrugada.
Sede de Canal 9. Valencia.
Mercé acaba de tener una idea. Hace mucho que no sabe de él. Y puede que
no consiga contactar con el (por aquel entonces) policía a quien conoció
durante el desarrollo del caso de “El Gato”.
Fue un caso difícil: Un hombre que había sido desahuciado junto a sus
dos hijos había decidido prender fuego a su casa antes de dejar que la Hacienda
Pública se la llevase. Con tan mala pata de que sus hijos llegaran minutos
después al lugar de los hechos. El gato familiar maullaba alocado desde el
alfeizar de la ventana del primer piso y ninguno de los dos dudó en entrar en
la casa para intentar salvarlo. Ambos murieron.
El padre huyó antes de ser atrapado, no sin antes acabar con la vida de
otros dos policías y la madre se suicidó días más tarde en la clínica
psiquiátrica donde estaba ingresada. Al final, dieron con el cabeza de familia
y único superviviente y, tras largos juicios, fue encarcelado.
El chico que Mercé conoce fue compañero de los policías asesinados. Por
lo que se va sabiendo (a cuenta gotas) sobre lo que está sucediendo, no es
descabellado pensar que su comisaría esté al tanto dada la zona en la que se
cree que están secuestrados los chicos.
Tras un par de llamadas consigue el número de teléfono móvil que busca y
no tarda en marcar.
05:47h de la madrugada.
El teléfono de Carlos suena. Ni él mismo puede creer que haya cobertura
en aquella zona. Descuelga.
- ¿Diga?
- ¿Ca-os…? Oy Me-é. – no se escucha nada bien. Busca una zona elevada,
en busca de mayor recepción de señal. Parece funcionar. La voz repite -
¿Carlos? Soy Mercé. De Valencia. Canal 9. ¿Me recuerdas?
El inspector rasca su nuca, pensativo, mientras el Comisario no le quita
la vista de encima al tiempo que improvisa una muleta con una rama.
- ¿Mercé? – continúa pensando unos segundos hasta que consigue
identificar a la persona que tiene al teléfono. Tiene que deshacerse de ella,
no es momento para lo que sea que quiera. – Lo siento no pued…
- Carlos, tienes que ayudarme. Mi sobrino… mi sobrino está secuestrado,
está con esos chicos ¿Sabes de lo qué hablo? –parece estar realmente alterada,
él responde con un escueto “Sí” y ella continúa: - No sabemos qué está pasando.
Todas las canales se están haciendo eco de los sucesos pero yo… yo. No puedo
dejar de mirar la pantalla…
- Mercé, estamos trabajando en ello. ¿Recuerdas al Comisario Rodríguez?
¿El del caso de “El gato”? Sus hij… su hija está ahí dentro también. Vamos a
encontrarlos. –trata de relajarla, aunque sabe que es completamente imposible
¿Quién podría relajarse en una situación así? – Te llamaré cuando sepamos más
¿Está bien?
05:53h de la madrugada.
La emisión en directo acaba de superar el millón de conexiones
simultáneas. Andrea comienza a removerse.
Comienza a tener conocimiento de la situación. Sus sensaciones
corporales comienzan a ser más claras. Poco a poco va sintiendo el frío del
suelo calar en su cuerpo, la presión de las manos de Noa rodeando las suyas y
las caricias inconscientes de Lucas. Es extraña la unión que siente hacia ese
chico. Es como si en ese momento lo necesitase tanto como a su mejor amiga. Le
hace sentirse confusa.
Abre los ojos y tiene que parpadear un par de veces porque la luz le
molesta extremadamente.
Noa se lanza a su cuello y la abraza con fuerza.
- Maldita sea, pensé que no te despertarías nunca. –refunfuña entre
sollozos convulsos. En ese momento todo le hace sentir incómoda y no entiende
por qué.
05:57h de la madrugada.
El inspector Carlos García cuelga el teléfono y es entonces cuando por
primera vez se percata de la cavidad que hay frente a sus pies. Es el lugar del
que se ha desprendido la roca. Se asoma al lugar, buscando algún indicio.
- Señor… esto… Joaquín… aquí hay algo.
El comisario, renqueante, se acerca hasta su compañero y el
geolocalizador comienza a pintar frenéticamente.
- Se lo dije, señor, el trasto ese no funciona. Dos metros de distancia
y se vuelve loco… - asegura el inspector.
- Aquí hay algo, Carlos, lo sé.
05:58h de la madrugada.
Noa sigue aferrada a Andrea. Los chicos saben que el tiempo se agota de
nuevo. Una vez más han llegado a un callejón sin salida. El silencio, como
durante las últimas horas, es el gran protagonista.
Suena el gong. Pero esta vez no hay palabras que le sigan.
El miedo vuelve a estar presente en las miradas de los siete que quedan.
Sólo seis.
Mientras tanto...
El comisario y el inspector avanzan por los túneles de la montaña al
tiempo que su geolocalizador indica que se acercan cada vez más al lugar de
emisión de la señal web.
06:00h de la madrugada.
Hace escasos minutos, el sujeto que se encuentra en la sala contigua al
lugar en donde están los chicos ha percibido como uno de sus monitores le
indicaba que había intrusos en un nivel superior.
Él mismo había descartado ese túnel por la complejidad de transportar
doce cuerpos a través de dos kilómetros enrevesados que no superan el metro y
medio de altura.
“¿Cómo co*o lo han encontrado?” se pregunta. Empieza a sentirse realmente
nervioso. Con suerte, si se pierden, puedan tomar una ruta equivocada y no
encontrarle nunca.
Tal es su estado que se siente incapaz de pronunciar palabra alguna.
“Total, esos estúpidos tampoco las merecen”. Pulsa la tecla numérica
correspondiente al chico de dentro sin más, cuando el gong también se hace de
sonar en su sala.
Mientras tanto...
Andrea escucha el “clack” demasiado cerca de ella, y un peso muerto
recae sobre sí misma. La asfixia y oprime. Algo comienza a gotear sobre su
cuello. “¿Qué está pasando? ¿Qué está
pasando?”.
Entonces el peso que la oprime desaparece, alguien se está llevando el
cuerpo inerte de su amiga, de Noa, quien hasta hace escasos segundos la
abrazaba fuertemente.
Para ella se detiene el tiempo y la realidad se difumina de forma delirante
en su mente. No es consciente si quiera de que está gritando, llorando y
forcejeando con dos pares de brazos que la sostienen. Son Nando, el Valenciano,
y Jaime, el pecoso. Pasan algunos minutos en los que la ficción de su mente le
engaña. No siente que esté ocurriendo nada, tan solo a lo lejos es capaz de ver
a su amiga, apilada junto a otros cadáveres.
Y entonces el peso de lo real recae sobre sí misma. Siente las manos que
la amarran con fuerza. Las caras sepulcrales del resto de chicos. Ve a Lucas
frente a ella. Él dice algo que ella no llega a comprender y entonces le abraza
al tiempo que los otros la sueltan.
Los otros cuatro, pues ya son seis, sienten emociones confusas. El
terror desaparece con la misma rapidez que ha llegado y es reemplazado por la
esperanza. Aquella única emoción capaz de combatir al miedo y que por desgracia
solo durará otra hora más.
La escena que acaban de presenciar es tan demencial que ninguno ha caído
en la cuenta de que nadie ha sido torturado, ahora ya sus corazones parecen
latir a un ritmo más normal y pausado, hasta que de pronto Jaime el pecoso, cae
al suelo desplomado, gritando como los anteriores.
Gritando como Andrea lo ha hecho hace una hora exacta. Nuevamente ella
se ve incapaz de empatizar con el dolor de nadie. No en ese momento.
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