ESCRITOS DE MI MEMORIA: La niña del río, por Carmen Tomás Asensio
Era
una niña morena y linda, con largas trenzas oscuras, ojos risueños y boquita
asombrada. Curiosa y lista. Inquieta y revoltosa. Inocente y pícara.
Que
de todo cabía en aquella cabecita.
Tenía
buenos sentimientos y la inconsciencia propia de sus pocos años.
Le
gustaba mirarse al espejo y hacer mil muecas que le provocaban risas.
Jugaba
con sus hermanos, con sus amigos, por los campos floridos. Se bañaba en las
pozas claras que formaba el río al correr por el valle (con gran preocupación
de sus padres, que siempre le recomendaban cuidado).
Ella
siempre reía y jugaba y, enamorada del espejo de las aguas, se metía en ellas y
se sentía una sirena. Se veía reflejada y disfrutaba con esta imagen.
-
¿Te gusta mi vestido nuevo? – preguntaba al río.
-
Este anillo me lo ha regalado mi abuelita. Mira cómo brilla.
Se
lo sacó del dedo y lo metió en la corriente, para que se viera en todo su
esplendor.
Y
entonces sucedió. Sus zapatitos de charol resbalaron en la embarrada orilla.
Perdió el equilibrio y cayó al agua.
Sin
sus hermanos, sus amigos, para prestarle ayuda. Había ido sola, a enseñarle a
su amigo el río las galas de la fiesta, de una mañana de domingo.
El
río se abrió para recibirla y con todo el cariño que le tenía, se cerró
amorosamente a su alrededor.
La
niña veía brillar su anillo y lo seguía hacia la profunda hoya que servía de
hogar a los cangrejos y a las culebras de agua. Era feliz porque conocía la
caricia del agua y no pensaba que podía correr peligro.
Y
se fue adentrando, en pos del brillo, hacia las profundidades.
Las
aguas dejaron de reflejar la luz del sol y se tornaron frías y oscuras.
Aquel
lugar no era conocido para ella, pero no se preocupó. Su amigo el río la
llevaría hacia el lugar maravilloso que presentía.
El
río sí se dio cuenta del peligro, que no podía controlar.
Y,
entonces, organizó un gran movimiento de espumas y gorgoteos, para que alguien
se diese cuenta de que algo extraño pasaba y ayudase a la niña. Intentó auparla
hacia la superficie, pero no pudo hacerlo. Pesaba mucho con sus ropas mojadas.
Además, ella seguía empeñada en bajar a las profundidades y descubrir mundos
maravillosos y desconocidos, donde conocería peces extraños y sirenas de largas
cabelleras rubias. Y el movimiento violento de las aguas de su amigo el río, le
pareció un regalo para divertirla más.
Intentó
reírse y la boca se le llenó de burbujas y le provocó tos y vómitos. Ya no veía
el brillo de su anillo. Sólo oscuridad y frío. ¿Qué le pasaba?
Quería
gritar y que alguien la oyese; el agua, como una pesada losa, la empujaba, cada
vez más, hacia el negro fondo.
El
río estaba desolado porque sabía lo difícil que era ayudar a la niña.
Y
empezó a llorar y envió sus lágrimas hacia el Cielo, y el Cielo le respondió
con una cortina de lluvia, en medio de la mañana soleada.
-
¡Qué raro! – decían los campesinos que iban hacia la iglesia.
-
¿Dónde está la niña? – preguntaba la madre a su marido, a sus hijos.
-
¿Dónde está? – se preguntaban unos a otros.
Miraron
hacia el valle, al río. Salían surtidores de agua en el lugar de la poza
profunda y, el color y brillo de las aguas eran como el anillo de la niña.
-
¡Qué hermoso! – dijeron todos sin saber cuál era la causa.
La
niña era acunada amorosamente por las aguas. Ya no tenía frío. Estaba
conociendo todo lo que había soñado siempre. La profundidad de las aguas y todo
lo que las habitaba. Y ahora era feliz.
El
viento se quiso sumar al dolor del río y agitó las hojas de los álamos, que
gimieron con sonidos metálicos. Arrancó música de los mimbres y de las plantas
de la orilla del agua. Deshojó las flores, que cubrieron de pétalos el agua
clara.
Las
ranas dieron un concierto sobre las rocas oscuras.
Y,
entre todos, arrullaron el sueño inocente de la niña morena, de los risueños
ojos y la boca asombrada.
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