PESADILLAS: El castillo de Otranto, de Horace Walpole, por Ancrugon
El
miedo es una de las emociones más antiguas
y
poderosas de la humanidad,
y el
miedo más antiguo y poderoso
es
el temor a los desconocidos.
H.P.
Lovecraft
Si tenemos que buscar los antecedentes del
género narrativo de terror, seguramente deberíamos adelantarnos en el tiempo
hasta la época de los mitos y las leyendas que surgían de la imaginación de
unos seres humanos carentes de explicaciones a tantos fenómenos sobrenaturales,
para ellos, que les rodeaban en sus vidas cotidianas, sin embargo, bastante más
cercana a nuestra época, pero todavía lejana en la historia, El castillo de
Otranto, aparecida en 1764 de la pluma de Horace Walpole, está considerada como
la novela precursora del género narrativo de terror denominado Gótico.
El Gótico surge como reacción a la visión
rígida, estricta y racional del neoclasicismo imperante a finales del siglo
XVIII, cuando por medio de la razón y el orden se pretendía alcanzar la
perfección, la felicidad y la verdad, y surge en las nebulosas tierras de las
islas británicas como una forma de expresión emocional y de ruptura estética.
En sus inicios, las características de la
Novela Gótica podían resumirse en los siguientes puntos:
·
El
escenario por excelencia donde se desarrollan los hechos será un viejo castillo
o un monasterio.
·
Dentro
de ese ámbito espacial se crea una atmósfera cargada de una sensación de la
presencia de lo sobrenatural, de misterio, de suspense.
·
Ese
algo sobrenatural suele proceder de alguna maldición o profecía antigua que
carga sobre sí, o bien el lugar, o bien alguno de los personajes.
·
Ya
desde el principio del desarrollo del argumento aparecen sucesos inexplicables
o sobrenaturales que condicionan todas las acciones posteriores.
·
Lógicamente,
estos hechos provocan el pánico, la angustia, depresiones, y todo tipo de
emociones inconscientes en los distintos personajes.
·
Una
de estas emociones suele ser un impulso sentimental enfermizo, procedente de un
erotismo enmascarado, que produce un enfrentamiento frecuente entre ambos
sexos, con desmayos, llantos, nervios o gritos entre las doncellas oprimidas en
apuros, y la tiranía, fuerte sentimiento del honor, el valor y el sacrificio
entre los hombres.
·
Y
ello nos lleva a la utilización de la descripción de objetos o de la naturaleza
de forma y manera que sean capaces de describir el estado de ánimo de las
personas en que se centra aquella descripción, en lo que se ha venido a llamar
“falacia patética”.
Así pues, se podría decir que Horace
Walpole, el tercer hijo de Sir Robert Walpole, un afamado estadista de su
época, fue el primero en utilizar estas convenciones narrativas a la hora de
escribir su novela, y de esta forma ejerció una considerable influencia en
posteriores autores. Walpole sentía un enorme interés por los estilos góticos
de la Edad Media, tanto en la arquitectura, como en la forma de vida, y reflejo
de ello, además de la novela, fue la construcción que ordenó levantar sobre
Strawberry Hill.
El castillo de Otranto, pues, tiene una doble perspectiva: una hacia el pasado medieval, y la otra hacia el futuro, al crear una nueva forma narrativa.
El castillo de Otranto, pues, tiene una doble perspectiva: una hacia el pasado medieval, y la otra hacia el futuro, al crear una nueva forma narrativa.
No debemos olvidar que en la época por la
que fue escrita prevalecían las ideas de la ilustración, y calificar a un
género como “gótico” tenía una carga despectiva, pues lo tildaba de bárbaro y
supersticioso. Al mismo tiempo pujaba con fuerza la novela realista, intentando
una representación del mundo desde la objetividad. Por lo tanto, el nacimiento
de la novela gótica no fue nada fácil.
En sus primeras ediciones de Otranto, Walpole colocó un prefacio donde aseguraba que esta historia había sido traducida por un tal William Marshal a partir de un manuscrito italiano del siglo XVI que relataba unos hechos ocurridos durante las cruzadas. Más tarde, Walpole descubriría que William Marshal sólo era un pseudónimo de sí mismo y que la traducción y el manuscrito eran totalmente ficticios.
En sus primeras ediciones de Otranto, Walpole colocó un prefacio donde aseguraba que esta historia había sido traducida por un tal William Marshal a partir de un manuscrito italiano del siglo XVI que relataba unos hechos ocurridos durante las cruzadas. Más tarde, Walpole descubriría que William Marshal sólo era un pseudónimo de sí mismo y que la traducción y el manuscrito eran totalmente ficticios.
Pero Otranto no solamente aporta el marco
medieval, sino que al mismo tiempo crea las características que más tarde se
convertirán en comunes y definitorias del género. Una de las más importantes es
el castillo, centro y personaje, al mismo tiempo, de la narración. Es éste un
castillo enorme, opresivo, repleto de torres y multitud galerías que parecen
crear verdaderos laberintos, sin faltar los pasadizos secretos y las bóvedas
subterráneas.
De la misma manera aparecen los
personajes, prototipos de otros posteriores, entre los cuales destacan Isabella,
la heroína inquebrantable y amante del insubstancial y desmañado Theodore, o el
viejo tirano Manfred, príncipe de Otranto, cuyo único hijo, Conrad, estaba
comprometido con Isabella, sin embargo, a causa de su repentina y misteriosa
muerte, Manfred decide divorciarse de su sumisa e incondicional esposa
Hippolita y contraer matrimonio con la joven para poder perpetuar el linaje,
por lo que Isabella intenta huir del castillo a través de los pasadizos
secretos y las bóvedas subterráneas.
Esta huida es un hecho del más puro gusto
gótico, al igual que el de la vuelta a la vida del retrato del abuelo de
Manfred en forma de esqueleto envuelto en una túnica de ermitaño. Otra escena
totalmente surrealista es la caída desde el cielo del gigantesco casco
emplumado aplastando al pobre Conrad en el patio del castillo. O la aparición
del fantasma de Alfonso el Bueno. Sucesos estos a los que Walpole no intentará
dar explicación alguna.
En contraste con todos estos personajes y
contingencias están los criados y siervos, utilizados para dar el punto cómico
o distendido en relación de lo trágico del resto.
El tema principal de Otranto es la
herencia, puesto que todo se basa en una antigua profecía descrita al principio
y que consiste en que Manfred perderá el señoría del castillo sino asegura la
sucesión de la familia. Sin embargo todo se le vendrá abajo cuando se descubra
la verdadera identidad de Theodore. Pero no es la única revelación, ya que a lo
largo de la novela vamos descubriendo una serie de relaciones insospechadas.
Horace Walpole, IV Conde de Orford, fue político, arquitecto y escritor. Nacido en Londres en 1717, fue educado en los mejores colegios de Cambridge y viajó bastante por Europa en compañía del poeta Thomas Gray. Escribió El castillo de Otranto en 1764, aunque anteriormente había sacado a la luz un ensayo basado en un manuscrito de George Vertue titulado Anécdotas de la pintura inglesa.
Horace Walpole, IV Conde de Orford, fue político, arquitecto y escritor. Nacido en Londres en 1717, fue educado en los mejores colegios de Cambridge y viajó bastante por Europa en compañía del poeta Thomas Gray. Escribió El castillo de Otranto en 1764, aunque anteriormente había sacado a la luz un ensayo basado en un manuscrito de George Vertue titulado Anécdotas de la pintura inglesa.
En conclusión, el mayor interés por esta
novela radica en lo que perfectamente definió Walter Scott: “El castillo de Otranto es notable no sólo
por el sombrío interés de la historia, sino por haber sido el primer intento
moderno de fundar una literatura de ficción fantástica sobre la base de las
antiguas novelas de caballerías”.
Manfredo, príncipe de Otranto, tenía un hijo y una hija: ésta, una bellísima doncella de dieciocho años, se llamaba Matilda. Conrado, el hijo, tres años menor, era un joven feo, enfermizo y de disposición nada prometedora. Aún así gozaba del favor de su padre, que nunca dio muestras de afecto hacia Matilda. Manfredo había concertado un matrimonio para su vástago con la hija del marqués de Vicenza, Isabella, la cual ya había sido puesta por sus custodios en manos de Manfredo, a fin de que pudieran celebrarse los esponsales en cuanto el estado de salud de Conrado lo permitiera. La impaciencia de Manfredo por esta ceremonia la advirtieron su familia y sus vecinos. La familia, conociendo bien el carácter severo de su príncipe, no se atrevió a exteriorizar sus reservas ante su precipitación. Hippolita, la esposa, una dama afable, alguna vez se había aventurado a comentar el peligro de casar a su único hijo tan pronto, considerando su corta edad y su pésima salud; pero nunca recibió más respuesta que reflexiones acerca da su propia esterilidad, pues había dado a su esposo un solo heredero. Los arrendatarios y súbditos eran menos cautos en sus palabras: atribuían aquella boda precipitada al temor del príncipe de ver cumplida una antigua profecía según la cual “el castillo y el señoría de Otranto dejarían de pertenecer a la actual familia cuando su auténtico dueño creciera tanto que no pudiera habitarlo”. Era difícil atribuir algún sentido a la profecía, y aún resultaba menos fácil concebir que tuviese algo que ver con el matrimonio en cuestión. Pero tales misterios, o contradicciones, en ningún caso disuaden al vulgo de su opinión.
(El
castillo de Otranto. Inicio)
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