MIS AMIGOS LOS LIBROS: Las ciegas hormigas, de Ramón Pinilla, por Ancrugon


Pinilla fue, por encima de todo, un escritor vasco, y como buen hijo de su tierra, la sentía, la conocía y la amaba profundamente y, al mismo tiempo, formaba parte indudable de su raza por lo que en casi todos sus escritos emanan, como un perfume interior y personal, los efluvios de las tradiciones y de los problemas característicos y particulares de su pueblo.
La personalidad de Ramiro, forjada en las fraguas de la libertad, se contagia a sus personajes de ficción, por lo que, con mucha frecuencia, aparecen en sus novelas individuos enfrentados a las leyes del momento, leyes que no comprenden, pero que reconocen como opresoras e intuyen que han sido concebidas por los privilegiados para seguir conservando sus prerrogativas a costa del sufrimiento de la mayoría, individuos que luchan hasta la extenuación por conservar los pocos átomos de albedrío que le queden.
Pero Pinilla es pesimista, extremadamente descreído del mundo, del hombre y de sus injustas civilizaciones, y desde las profundidades de su desencanto y desesperanza no ve la solución en el futuro, sino en una vuelta atrás, hacia las raíces, hacia el pasado: deshacer el camino para volver a tejerlo mejor… Y por ello concibe como única salida el esfuerzo, el trabajo y la continua acción: la vida es una perpetua lucha por la propia realización.

Y esta es la realidad que Ramiro Pinilla nos cuenta en su novela Las ciegas hormigas, con la que consiguió el Premio Nadal en 1960, basada en un hecho real: la encalladura de un barco inglés en los riscos de La Galea, en el municipio de Algorta, lo cual es una bendición para las pobres familias de campesinos de los caseríos cercanos quienes, en una oscura noche de fuerte viento y lluvia, salen en busca del preciado carbón que la nave va desparramando por la playa con el que pretenden proporcionar calor a sus hogares en los duros meses de invierno, sin embargo ese ingente esfuerzo será inútil, pues con la llegada de los carabineros el combustible vuelve a manos de sus dueños legales.
La familia central es la de Sabas, el verdadero protagonista, un hombre diligente, vehemente y voluntarioso, quien consigue movilizar a todo su clan para la ardua tarea que les espera en la costa y por la que pagarán un precio demasiado alto. Su inflexible temperamento y su férrea determinación le imbuyen un halo épico similar a los héroes antiguos y, con las palabras justas, sin amagos de ternura ni flaquezas, dirige a los suyos hacia la meta anhelada, sin embargo ellos son menos míticos y más humanos, repletos de las pequeñas miserias propias de este género y que les hacen más vulnerables, más egoístas y menos constantes.
Pero de lo que trata en realidad la novela es de la lucha tenaz del ser humano contra su destino, una guerra perdida de antemano, aunque ¿qué nos quedaría si ya perdemos el último atisbo de esperanza?... Una lucha desproporcionada del hombre contra los elementos de la naturaleza, contra las leyes de los hombres, contra los sentimientos encontrados y contra la propia conciencia. Una lucha sin vuelta atrás, aún a sabiendas que al final espera la derrota, aún reconociendo desde el principio que es una labor estéril la que van a llevar a cabo, pero la rendición nunca es una opción porque eso sería perder el único hilo que les puede hacer seguir caminando por la vida. 
Y es que Sabas tiene su esperanza en el trabajo y en el esfuerzo, mientras el resto necesita creer en símbolos que les protejan con la magia o los milagros, como el hijo pequeño, Ismael, cuya única ilusión es poder pescar algún día al “Negro”, un enorme pez más de fábula que real, o la barca que Fermín fabrica y luego destruye para volver a fabricar, o la escopeta que Cosme limpia todos los días esperando un domingo para salir a cazar que nunca llega, o la novia de Bruno, por la que se escapa del cuartel, y que luego descubre que le engaña, o los gatitos de Nerea, o el vino de Pedro… Y así se lo hace ver Sabas a su hijo pequeño con sus parcas palabras:

“Llegará una edad para ti en que no desearás atraparlo, como les sucede a todos los demás, a pesar de que les ves bajar a la ribera armados de buenos anzuelos, carnada y ganchos. Mienten cuando, una y otra vez, se lamentan al regreso por no haberlo capturado.
- ¿Por qué?
- Porque saben, sé, sabrás, que, después de conseguirlo, no podríamos arrebatarle más que su carne. El perdería lo que no tiene precio para ningún ser viviente y nosotros sólo ganaríamos su carne.”
(Pag. 285).

Y esa lucha de la que Pinilla nos habla en Las ciegas hormigas no tiene otra finalidad que lograr la libertad, pero ella nunca se logra porque los seres humanos somos en realidad hormigas, ciegas hormigas que nos afanamos en sobrevivir y hasta en eso llegará un momento en que perderemos la guerra:

“Y sacó la pajita de su boca y la colocó cruzada sobre una de las rutas fijas que seguían las hormigas. Y éstas, por muy cargadas que fuesen con granos o larvas, la salvaban trabajosamente y seguían su ruta.
- Pondrías una piedra y también la remontarían. Destrozarías a azadonazos su recinto y siempre quedarían algunas para reanudar la misma vida de esfuerzo bien aquí o en otro lugar. Siempre siguen adelante. Son invencibles. Han sido creadas con esa consigna y la cumplen.
- ¿Para qué?
Y él repitió, volviendo a mí la cabeza, con sorda furia:
- ¿Para qué? ¿Para qué? ¿Quién puede saber para qué han sido creadas así? 
Siguió un silencio prolongado, que él mimo interrumpió cuando volvió a dejar la piedra en el mismo sitio, sobre el hormiguero, y dijo:
- Creo que hasta les habría gustado seguir luchando.”
(Pag. 284)


Ramiro Pinilla García nació en Bilbao en 1923 y falleció en Barakaldo el 23 de octubre de 2014. Aunque su educación estuvo orientada hacia las máquinas y el mar: estudió en la Escuela de Arte y Oficios y en Escuela Oficial de Náutica, trabajando dos años como jefe de máquinas de un barco, pronto se decidió por la creación literaria, convirtiéndose en unos de los escritores vascos que escribían en español más importantes tanto en Euskal Herria como en el resto del Estado español. A lo largo de su carrera recibió varios premios: Premio Nadal (1960), por Las ciegas hormigas; Premio de la Crítica (2005), Premio Nacional de Narrativa (2005), Euskadi Saria (2005), conseguidos los tres por la trilogía Verdes prados, colinas rojas, donde narra la historia vasca del último siglo, y fue finalista en el Premio Planeta en 1972, con Seno.



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