MEZCLANDO COLORES: El beso, de Gustav Klimt, por Fe.Li.Pe.


No sé si cuando Baudelaire escribió sus poemas, agrupados bajo el título de Las flores del mal, tenía conciencia de que estaba dando origen a uno de los más importantes movimientos artísticos del siglo XIX, un movimiento que intentaba descifrar el misterio del mundo por encima de otras intenciones, buscar lo que se oculta detrás de cada objeto tangible, detrás de cada realidad sensible, desde una simple vocal, hasta un color vagamente indefinido. Y sí en Simbolismo surgió como una reacción hacia el Naturalismo y el Realismo, como una forma de pensamiento enfrentado a la realidad ordinaria, habitual e idealista, rompiendo moldes fijados como indestructibles por la ideología oficial y dominante en todos los géneros artísticos, es en la pintura donde, huyendo de la concepción realista académica y de la científica impresionista, se llega a pensar en este arte como en una expresión más de la poesía pura. Se abandona lo material y pragmático y se busca la verdad en el interior de cada ser, utilizando lo irreal para llegar a la más clara realidad. Por ello, el simbolismo abarca diferentes estilos, como la realización de la sublime libertad en la que cada individuo puede expresarse tal como es.

Sin embargo sí podemos enumerar unas cuantas características comunes que se identifican con el simbolismo pictórico, por ejemplo, la utilización del color como medio expresivo para determinar el aspecto onírico de la irrealidad, unas veces con colores fuertes y otras con colores pastel, además del difuminado; la temática es bastante subjetiva, utilizando los objetos como medio para llegar al interior, incluso más allá, porque lo que interesa no es lo natural sino el mundo de los sueños, el mundo de la fantasía, reflejándose a la perfección el estado de ánimo de los sujetos y las relaciones sentimentales, donde lo que más importa, por encima de las diferentes técnicas empleadas, es el mensaje encerrado en la pintura. Y todas estas características podemos encontrarlas en los trabajos de un artista que representa perfectamente este movimiento, me refiero a Gustav Klimt.

Klimt nació en una localidad cercana a Viena el 14 de julio de 1862, cuando esta ciudad era la capital del Imperio Austro-Húngaro, y murió el 6 de febrero de 1918, poco tiempo antes de que tal imperio desapareciera tras la Primera Guerra Mundial. Fue pintor de lienzos, murales y artesanía y formó parte activa de la Secesión vienesa, un grupo de disidentes de la Asociación de los artistas de las artes visuales en Austria, con la intención de renovar el arte reinterpretando los diversos estilos antiguos que estaban siendo arrasados por la nueva sociedad consumista e industrial.

El estilo personal de Klimt se caracteriza por la utilización de una decoración bastante ostentosa, usando con profusión los dorados y los colores vivos sobre objetos decorativos cuya temática se inclina, en bastantes ocasiones, hacia un aspecto inconfundiblemente sexual, siendo uno de sus temas más recurrentes la interpretación del cuerpo femenino, con predilección hacia mujeres con personalidad fuerte, agresivas, dominantes, lo que se daría a llamar mujer fatal. De formación clásica, sus trabajos tenían claras influencias procedentes desde el Antiguo Egipto, hasta Bizancio, pasando por la Grecia clásica y micénica. Sus obras, por lo general, levantaban grandes controversias y eran catalogadas como pornográficas por los puristas del momento, a lo que no ayudaba nada sus pensamientos políticos y sociales. Sin embargo, curiosamente, El beso fue una obra muy bien recibida por la crítica y no tardó mucho tiempo en ser vendida.


El beso (Der Kuss) fue creado entre 1907 y 1908, en la época dorada del autor, pintado al óleo sobre lienzo en un bastidor cuadrado de 180 por 180 centímetros mediante un estilo cercano al Art Nouveau, y actualmente se encuentra expuesto en el Österreichische Galeria Belvedere de Viena, Austria. Representa a una pareja de amantes que se abrazan sobre un prado de dimensiones reducidas y repleto de florecillas, el cual termina bruscamente al borde de un inquietante precipicio. El fondo es dorado y le da un aire icónico a la pintura, como sacado de las viejas obras bizantinas o rusas, mientras que las figuras nos recuerdan a los mosaicos romanos. La mujer aparece arrodillada y el hombre de pie, pero encorvado hacia ella, llegándole la cabeza casi al límite superior del lienzo, y ambos están rodeados de una aureola dorada, más clara que el fondo y un poco más oscura que los trajes vestidos por ambos. Ambas prendas están profusamente decoradas, con rectángulos negros y grises la del hombre, y con círculos de diversos colores la de la mujer. El cuerpo de ella se vislumbra perfectamente gracias a lo ajustado del vestido rematado en varios zarcillos decorativos que caen hacia el abismo, del que sobresalen varias partes completamente desnudas, como las piernas, con cuyos dedos de los pies se agarra al borde del vacío, los brazos, los hombros y el rostro. Las dos cabezas están dibujadas en posturas bastante escorzadas: ella vuelta hacia el espectador, con los ojos cerrados y aspecto sereno, esperando sumisa, mientras que él la tiene girada en sentido contrario, mostrándonos la nuca y el pelo de la cabeza adornado con flores. El cuerpo masculino aparece erguido, amplio, dominante, protector y con sus manos sostiene la cabeza de la mujer, mientras ella, arrodillada, como ya hemos indicado, se sostiene del cuello de él con el brazo derecho, cuyos dedos, como garras, parecen aferrarse a su carne, mientras que con la mano izquierda se agarra de la derecha del hombre, como intentando apartarla o simplemente manteniendo el contacto.

En un análisis más detenido, podremos descubrir que mientras las figuras están realizadas a base de pinceladas acabadas y pulidas, alternando toques largos y cortos, mediante los cuales se consigue dar volumen, el fondo tiene un estilo más cercano al impresionismo, con pinceladas verticales cortas, siendo rugosa la textura de esta parte, a la inversa que en las figuras donde se vuelve bastante lisa. El dibujo está perfilado por medio de una línea fina y oscura que delimita los contornos, por el contrario, el fondo contrasta con la pareja por medio del color y mediante un cambio brusco de la tonalidad del mismo, pues mientras lo vestidos muestran preferentemente colores cálidos, el fondo y el prado se ve frío. El espacio en ínfimo en proporción a las figuras y ello da una sensación misteriosa de irrealidad, a lo que también colabora la ausencia de perspectiva, como si se tratase de una pintura de la época medieval.

Cuando fue expuesta por primera vez llevaba por título Los amantes, y tuvo lugar durante la Exposición de Arte de 1908 junto con otra obra de Klimt, Las tres edades de la mujer, y al finalizar esta exposición la obra fue comprada por el Ministro de Educación Austriaco para la Galería de Arte.

Mucho se ha hablado del significado de la pintura, desde que son el mismo Klimt junto con su amiga Emilie Flöge los representados en ella, cosa que el mismo autor desmintió cuando dijo: “No existe ningún autorretrato mío. No me interesa mi propia personalidad como objeto de un cuadro, sino más bien me interesan otras personas, en especial mujeres, otras apariencias... estoy convencido de que como persona no soy especialmente interesante”. Hasta que las figuras rectangulares del traje del hombre son símbolos fálicos y los círculos de la mujer representan el sexo femenino. También hay quien ha visto en el cuadro el símbolo del fracaso emancipador de la mujer, basándose en que en él, ella parece rechazar al hombre, pero éste la obliga a recibir su beso. El caso es que Klimt era un hombre rodeado de mujeres desde su infancia, pero no dejaba de ser tan machista como cualquier varón de su época y prueba de ello fueron las catorce demandas de paternidad que tuvo durante su vida, reconociendo sólo a tres.

Water sankes Friends II, por Klimt



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