ESCRITOS DE MI MEMORIA: Para papá, por Carmen Tomás Asensio


Cuando viajaba como inspector, nos comprometimos a escribir cada día. Lo cumplimos.
Yo las recibía a diario y no las leía en el momento de su llegada.
Demoraba su lectura a los pocos ratos de intimidad que me permitía el ajetreo de la casa y la relación con mis hijos.
Cartas de amor, hermosas cartas que reservaba para mi soledad. Para saborear su contenido cuando ya los niños estaban acostados.
Sólo el bebé que amamantaba yo en ese momento, tenía el privilegio de sentir mi alegría o mi preocupación, cuando las leía. Los demás niños recibían las noticias de su padre, adaptadas a su edad, al día o al momento siguiente. Siempre había palabras y cariño para ellos.
Los viajes profesionales de mi marido.
Tenía ganas de regresar a casa y le resultaba difícil por los pocos transportes que había desde los pueblos hasta Teruel. Algunas comunicaciones ni siquiera eran diarias.
Para adelantar su regreso, cuando terminaba su trabajo, se iba caminando o haciendo auto-stop.
Entonces no teníamos aún coche y tomar uno de alquiler era impensable.
Una noche, para poder llegar a un tren nocturno que lo traería a casa, cruzó campos a través, con nieve casi hasta la rodilla. En la oscuridad pisó en falso y cayó a una acequia. Tenía poco agua, pero la ropa se le mojó y al llegar al apeadero, donde por milagro cogió el tren, estaba lleno de hielo y muerto de frío. Llegó a Teruel en unas condiciones penosas. A penas con tiempo de pasar el domingo descansando y vuelta el lunes a tomar el tren hacia la Tierra Baja. Pero siempre con alegría y la ilusión de vernos, a los niños y a mí.
Muchas veces, esto le suponía ahorrarse un día de la dieta que le pagaba la compañía donde trabajaba. Unas 25 pesetas.
En ocasiones veía a sus hijos ya dormidos y se marchaba temprano, antes de que se despertaran. Estancia de horas.
Época muy dura, pero llena de ilusión y mucha fuerza de voluntad. Cariño, juventud, planes compartidos, sacrificio y mucho amor.
Al subir de la estación, pasaba por una glorieta, en la noche, desierta. Nunca dejó de traerme una flor, o una ramita helada y bella.
Todo lo que supusiera esfuerzo era superado por el deseo de vernos y querernos.

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