JUGUETES: El mundo de Pat: La amiga de Papá, por Wendy


Aquella tarde Pat y Carmen estaban en el pequeño jardín delantero de la casa porque hacía un sol de otoño tan precioso que calentaba casi como en verano y en el aire soplaba una brisa tan suave y agradable que hubiese sido una pena dejarla pasar, así que entre las dos sacaron la mesa de madera fabricada por papá, en la que había empleado todo el verano anterior y que se suponía que era plegable, aunque, sin embargo, nunca se plegó por miedo a no poder volverla a abrir, la cual transportaron desde la cocina, donde languidecía con un florero vacío sobre ella, cogiéndola cada una de un lado y arrastrándola, sobre todo por parte de Pat, por todo el pasillo hasta afuera, ¡y es que pesaba un montón!...

El jardín de atrás era mucho más grande y bonito, pero como la casa estaba orientada hacia el Este, pues por la tarde daba más sol en la otra fachada. Y allí estaban las dos tan felices haciendo sus deberes medio dormidas por las tibias caricias solares y a causa también del típico aburrimiento que emanaba de los libros. El que sí estaba tumbado y soñando a pierna suelta era Cano, mostrando sus patitas y panza tan sucias de barro que a simple vista nadie hubiese pensado que era totalmente blanco.

Pat ya llevaba media hora con el mismo ejercicio, pero no había forma de encontrarle el sentido, y miraba con insistencia a su hermana, aunque no se atrevía a decirle nada porque sabía que le gritaría enfadada como siempre: “¡Déjame tranquila!” Sopesó la idea de dejarlo sin hacer, pero entonces le llegó la imagen de la profe de mates malhumorada avergonzándola delante de la clase y chivándose después a Papá. Ante esta perspectiva decidió arriesgarse:

- Carmen…

Y para su sorpresa, la otra le respondió muy calmada, aunque sin apartar la vista del libro en que estaba leyendo:

- ¿Qué?

- No me aclaro con este ejercicio…

Y Carmen dio un profundo suspiro, dejó el libro abierto boca abajo sobre la mesa y miró hacia el lugar del cuaderno que le indicaba Pat.

- ¡Petarda, cada día escribes peor!... ¡No entiendo nada!...

- ¡A mí no me llames petarda! – y le soltó una palmada en el brazo.

- Si me pegas, no te ayudo…

Y Pat apretó los labios con enojo y se disponía a responder cuando el ruido inconfundible de una Harley hizo a Cano salir como un rayo hacia el camino, ladrando y moviendo el rabo de un lado para el otro, mientras Pat se incorporaba como si llevase un resorte.

- ¡Papá!

Pero pronto frenó su impulso al ver que en la moto se hallaban dos figuras con cazadoras y cascos negros en vez de una sola. Ambas hermanas las observaron bastante intrigadas viendo como la de atrás se descubría y dejaba caer una larga melena rubia que parecía deslizarse en cascadas.

- ¡No jodas!... -exclamó Carmen con disgusto.- ¿Papá con Marilín la Zorra?...

- ¿Quién es esa mujer? – preguntó Pat.

- ¡Bah!... la profesora de filosofía y ética – respondió la otra con asco.

- ¿Filosofía y ética?...

Pero Pat se quedó sin respuesta porque Carmen se levantó y se largó con su libro tan rápido como si le hubiese llamado por teléfono el tonto de Andrés.

Papá y la señora rubia se acercaron sonrientes con Cano trabándose entre sus piernas.

- ¿Quién ha sacado la mesa? – preguntó papá visiblemente sorprendido.

- Nosotras –respondió Pat orgullosa.

- ¡Pero si pesa un montón! –exclamó extrañado.

- ¡Pero, papá, qué nosotras somos muy fuertes! –y a la señora se le dibujó una bonita sonrisa en su hermoso rostro.

- Esta es Pat, la pequeña –la presentó y señalando a su acompañante, añadió: –Ella es mi amiga Lucía.

- ¿Lucía?... ¡Pero si Carmen me ha dicho que se llamaba Marilín la…! –y se dio cuenta demasiado tarde de que estaba metiendo la pata, sobre todo porque Papá entró a toda velocidad en la casa gritando el nombre de su hermana y porque la señora rubia torció un poquito el gesto de su bonita sonrisa.

- ¿Estás haciendo los deberes? –le preguntó y a Pat se le abrieron los ojos como platos pensando que si era profesora…

- Sí, pero me he quedado estancada en éste, que no lo entiendo...

Y Lucía, la señora rubia de bonita sonrisa y hermoso rostro, miró con atención donde ella señalaba disimulando no escuchar la bronca que se estaba desarrollando en el interior de la casa.

- ¡Pero si las fracciones son muy fáciles! –dijo al rato.

- Pues yo no me entero –respondió Pat casi en un lamento.

Y Lucía tomó asiento en la silla que antes ocupase Carmen y comenzó a explicarle los secretos de los números fraccionarios a una increíblemente atenta Pat. Al cabo de un rato, cuando ya había conseguido hacer bien por sí sola el ejercicio en que se había estancado, apareció Papá en el zaguán de la puerta:

- Lucía, por favor, ¿puedes entrar un momento?

Y automáticamente acudieron los tres, pero Papá fue tajante:

- No, vosotros no –y Pat y Cano se tuvieron que resignar a quedarse fuera de la casa sin enterarse de nada de lo que iba a pasar, cosa que les fastidiaba bastante porque no había momentos más divertidos que cuando Papá abroncaba a Carmen, pero en fin… Así que ella siguió con los deberes y el perro se tumbó de nuevo, pero esta vez ante la misma puerta.

Cuando salieron Papá y su amiga, Pat ya había acabado todos sus trabajos y se entretenía tirándole piedrecitas a Cano para molestarle, aunque a él no le importaba demasiado y seguía tumbado como si nada de lo acostumbrado que estaba de las fechorías de su ama. La señora le dio un beso al despedirse:

- Adiós, guapa. Nos veremos pronto y repasa las fracciones.

Y Pat se quedó muy contenta viendo cómo volvían a montar en la Harley, se ponían los cascos, ella recogiéndose la rubia y larga melena, y se alejaban a toda velocidad. Al poco apareció Carmen con la cara roja de haber llorado y le clavó una mirada dura y cargada de ira:

- ¡Eres una chivata asquerosa! –y a Pat se le heló la sangre.- Por tu culpa papá me ha castigado. ¡Pero de ésta te acuerdas!... ¡Chivata!... ¡No crecerás nunca, siempre serás una cría tonta y chivata!...

- Se me ha escapado sin querer –se disculpó Pat, pero rápidamente se dio cuenta de que lo más prudente sería recoger sus cosas y largarse. Y es que cuando Carmen se enfurecía, mejor guardar distancias con ella.

Aun así, al pasar por delante de ella seguida de Cano, se llevó un buen pellizco que le hizo soltar lágrimas de dolor. Llegó a su habitación y se tumbó en la cama a llorar sin saber muy bien de qué, pero cuando se dio cuenta de que el perro también se había subido en ella con las patas y la panza tan sucias, dejando todo el cubrecama totalmente perdido, lo echó a cartas destempladas y volvió a tumbarse a continuar llorando a gusto, aunque ahora con la certeza de que ella también recibiría otra bronca de Papá en cuanto llegase: “¡Perro cochino!... ¿Y es que no había forma de estar tranquila y feliz un día entero?...”



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